Cuando uno viaja, su percepción se agudiza, librada de las rutinas del hábito. Los objetos, personas, hechos, hasta los matices más tenues de la realidad, se materializan y dejan huella en uno. Toman una dimensión lingüística instantánea, sin esperar nada, y uno se siente inundado de tiempo propio, de vida, de aventura, de belleza